La Intensa
- Cecilia Monzón
- 15 mar 2012
- 3 Min. de lectura
Las emociones no se pueden ocultar, al menos no en mi caso y es que soy una mujer muy expresiva. Desde que era muy pequeña, he tenido la necesidad de comunicar de uno u otro modo lo que pienso, aunque haya gente a la que no le guste.
En una ocasión, como a los 6 o 7 años, le dije a la directora del área de sociales de un periódico que ella nos sacaba los Domingos en el mismo para poder comer el resto de la semana gratis en el hotel de mi abuelita y que además le dije que me parecía que tenía cara de lagartija. Lo único que recuerdo con claridad es a mi mamá sacándome del restaurante y regañándome horas.
Mi abuelo decía que era mejor no expresar las emociones para que el enemigo no sepa que estamos pensando, de verdad que he intentado durante muchos años seguir los sabios consejos del abuelo pero me es imposible. Cuando no digo lo que pienso con la boca, lo escribo y cuando no, mis ojos lo dicen todo. Una vez cuando iba en secundaria recibí un reporte “por ver feo a la maestra”, parece que lo estoy viendo en este momento, era de color rosa, en esos días la suscrita ya pintaba para abogada, así que fui a la oficina del director y le pedí que me dijera exactamente en qué parte del reglamento decía que ver a la maestra feo era motivo de sanción, recuerdo al profesor Agustín queriendo soltar su carcajada pero no le quedó de otra que hacer su papel de director, en fin, que la señorita si no dice lo que piensa de uno u otro modo vomita, o bueno, no lo sé, no ha pasado, siempre prefería un buen regaño de mi madre que quedarme callada, mis tías me decían “contestona” cosa que en lugar de hacerme sentir mal, hasta me daba orgullo y lo peor es que a la fecha es igual.
Mi madre me decía que mi boca me iba a traer muchos problemas en la vida y la verdad es que tenía razón, me ha traído muchos problemas, a los amigos no siempre les gustan las verdades y a los enemigos menos y nunca falta el que quisiera decir algo y no se atreve, así que como muere de envidia te tacha de loca o peor aún, te critica a tus espaldas.
De cualquier modo, me siento orgullosa de tener el valor civil y moral de decir lo que pienso, la verdad es que nunca pensé que ser “contestona” me trajera algún beneficio, pero el día llegó, la primera persona que me invitó a escribir lo que pienso fue Rosaura, amiga entrañable y luchadora de las causas de las mujeres, además fue la primera periodista que creyó en mí como política, sin embargo yo no me sentía preparada para asumir esa responsabilidad, comunicar es una responsabilidad muy grande y es un compromiso con tus lectores y con quien te da la oportunidad y no me sentía preparada para asumirla, así que dejé pasar la oportunidad frente a mis ojos. Otra persona me ofreció otro espacio al poco tiempo pero me dijo que no podía asumir posturas ni ser tan dura en mis críticas, así que no le entré porque si voy a escribir quiero sentirme libre. Ahora me da esta oportunidad Chema Pumarino y lo primero que me dijo es que puedo escribir de lo que se me venga en gana, así que dije de aquí soy. Creo que Dios o el Universo o como le quieran llamar confabula para que yo escriba y si insiste tanto pues mejor le hago caso.
Soy una mujer intensa en todos los sentidos y en todo lo que hago, amo la vida y la disfruto a cada instante, amo el derecho y soy una apasionada de mi carrera, amo la política y todos los días me esfuerzo para dignificarla y por hacer de ella un uso en beneficio de la gente y de nuestra sociedad, disfruto cada minuto que el universo me regala y trato de darme tiempo para disfrutar de mi trabajo, de la familia, de los amigos e incluso de los enemigos que siempre me hacen sentir importante, de la buena compañía, de mis perros, de un buen libro y de cualquier instante de la vida misma. Todo lo que hago lo hago con intensidad y si ustedes me lo permiten, la misma intensidad que imprimo a la vida, imprimiré a cada palabra que escriba a partir de ahora para ustedes.
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